jueves, 2 de junio de 2011

El buen orador tiene voz y voto, y también consigue votos

Yaribé Monzón
La retórica es el esencial  condimento de toda buena o mala campaña política. Mala, recuerdan a Rosales…  Para no herir susceptibilidades ni traer malos recuerdos mejor hablemos de una buena campaña, la de Barack Obama.
La campaña de Obama logró desbaratar a sus contrincantes,  que vieron reducir su estrategia a tener que atacarlo. Pero como contrariar el discurso de un hombre que conquistó audiencias, mostrándose cómo un candidato de cambio, pacifico, comprensivo y preparado para solucionar los principales problemas de Estados Unidos.
El discurso de este hombre  vendió un sueño y lo hizo parecer posible.  Durante su campaña lo caracterizó una retórica enérgica, apasionada y entusiasmada que sedujo a las masas gringas; y, mejor aún, logró convencerlas al combinar su pasión con un carácter frontal en los debates.
Siempre fue el bueno
Obama siempre oró calmado, no empleó un discurso agresivo. Se mostró ecuánime en todo momento. Y sólo ataco a sus contrincantes de forma directa en los debates, procuro no hablar de ellos. También evitó temas sensibles que no estaban su estrategia, como el tema económico. Él no  se dejó sorprender y mantuvo su actitud, su filosofía estratégica y habló de lo que quería.
Podemos decir que su discurso fue exitoso porque logró que hablaran de él, se convirtió en el centro y no dejo ambigüedades ni contradicciones que sus enemigos pudieran utilizar. Por su parte, Obama hizo lo que un buen orador debe hacer: enamoró a las masas, vendió sus razones, no habló de sus contrincantes y aprovechó sus propios errores para atacarlos.
Amigos recuerden que el buen orador tiene voz y voto, también consigue votos y no muere por la boca…

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