Yaribé Monzón
Amigos se han imaginado como es un pellizco lingüísticamente hablando… sí, molestar, como un pellizco en un brazo, pero mientras damos un discurso... No piensen que es un absurdo, es posible y lo hacemos todo el tiempo con el uso y abuso de las muletillas mientras exponemos.
Éstas son un vicio que opacan nuestro discurso, pues le quitan elegancia y denotan falta de seguridad y deficiencia en el conocimiento del tema. Las muletillas, aunque pueden ser causa de la timidez, reflejan pobreza de vocabulario. Y realmente importunan a la audiencia.
Casi siempre las empleamos con naturalidad aunque inconscientemente por la falta de destreza comunicacional. Y pocas veces nos percatamos de lo repetitivos que llegamos a ser; pero el problema es que nuestro público sí lo nota, porque las muletillas los fastidian, “los pellizcan”.
“Este”, “¿me explico?”, “eeee”, “¿me entiendes?”, “o sea”, “en fin”, son algunas de las muletillas que más utilizamos. Generalmente nos apoyamos en estas coletillas cuando no sabemos qué decir, perdemos el hilo del discurso u olvidamos de qué deseamos hablar.
De manera que, una de las primeras acciones que podemos emprender para deshacernos de este odioso hábito es: aprender hacer pausas durante la exposición. Es preferible hacer silencio, un momento, que decir absurdos. El silencio crea expectativa, le da la oportunidad a la audiencia de analizar y entender nuestro discurso; y nos permite estructurar nuevamente el mensaje para comunicarlo exitosamente.
Nos incomoda quedarnos callados y preferimos balbucear ante nuestros espectadores. ¡No más!. El buen orador emplea el silencio como recurso de expresión, le da un uso estratégico para evitar las muletillas.
Un buen orador lee para aumentar su vocabulario y práctica, práctica y práctica para perfeccionar su oratoria. Y en la perfección del discurso agradamos, satisfacemos a nuestro público, no lo pellizcamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario